jueves, 8 de noviembre de 2018

Si muero lejos…

En México se me volvió de color magenta toda la historia; no se salvaron ni las astillas, ni las pelusas, ni siquiera los restos de algo asquerosamente deslavazado que dejé por ahí. Casi podía haberme vuelto loco, (loca), pero es que tampoco podía. De un lado y del otro: magenta y nada. No había más y existía todo. Maravilloso. Y en ese color, que no sé muy bien cómo es, me pasé 24 horas bombeando tequila: pum-pum, pum-pum, ay-ay-ay… sí, así más o menos. De lo más ¡feliz! hasta que ¡plaf! ¿Y esto?: otro día. ¡No! Una pena…  Los niños dijeron “qué miedo”; los curas “descanse en paz”; mis amigos “el vivo al bollo”, que aunque no lo dijeron, lo dijeron. Y yo volví a la historia original llena de astillas y de pelusas y de los restos de algo asquerosamente deslavazado que dejé justo allí, con la única esperanza de volver a mi gran noche magenta. Pero un día y otro día... Entonces me desesperé, en la medida en la que se puede desesperar un alma sin pies, y me trasladé a otro ¿sitio? ¿lugar? ¿féretro? tan lejos de allí… Y ahora mi dilema es: ¿a quién le digo yo que estoy dormido…? ¿Eh? ¿A quién? ¿Hay alguien? ¿Puedes verme? ¿Me lees?

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