miércoles, 16 de septiembre de 2015

¿Es posible?

He llegado al final de mi imaginación. A su destino, a la última puerta y ahora no sé volver. Soy lo que queda después de la libertad, una estrella fugaz, la manera de caminar de los borrachos. He sentido el dolor de la madre que pierde a su hijo, la angustia de los que saben que van a morir en un impacto de avión, o de coche o de tren.
He podido experimentar el vacío de la derrota, la rabia del desamor, el punto que precede a la locura. Y en todos los casos he ido más allá. Me ha cortado la cabeza el primer vagón del metro, mientras le esperaba, para ir a trabajar. Con la puntera de mis botas he matado a patadas a todo aquel que se lo merecía. He manchado de sangre mi ropa, de mi propia sangre, dentro de un montón de explosivos o debajo de los escombros de la casa en que viví. Me han perseguido los cristianos, los blancos la envidia o el ejército y he llorado como un niño por las calles más pobladas de Madrid. Soy o he sido todas las razones que aterran al ser humano y sus achaques de alivio. He ocupado la desesperanza que albergan las miradas atestadas de recuerdos. He disuelto la empatía  en el primer café de la mañana y mi piel es la piel de cualquiera y mi vida un mosaico inacabado. Me reconozco en los brazos que tiritan de los que llegan en patera, y también en los pies que se arrastran buscando cartones, en la carcajada de los disminuidos, o en la sonrisa maquillada del payaso...Pero, sin duda lo más duro es esperar en una silla a que me hagan efecto los calmantes de los huesos con reuma, de la mala circulación, de la vista cansada y el marcapasos. Esperar a que los más fogosos deseos infantiles se recuesten en cabecitas grises después de inflamarse durante toda la tarde. Y ansiar el alivio, eso es lo peor. Ansiar el alivio de las ansias de vivir para no morir de soledad. ¿Es posible imaginar más allá? ¿Es posible?

No hay comentarios:

Publicar un comentario