viernes, 24 de julio de 2015

Lo mismo que tú

Mi horario como director del Departamento de Relaciones Institucionales en la multinacional farmacéutica Kintong termina a las seis y media de la tarde. A las siete llego a mi ático de 200 metros cuadrados en la calle del Proceso, 18. Media hora más tarde me quedan dos horas para buscar algo de comer. Ayer anduve hasta la M-40, porque un compañero del trabajo me había hablado de unos grandes almacenes en los que todos los lunes después de cerrar tiran la comida caducada a unos grandes contenedores, y que no hay seguridad que te impida coger lo que quieras, y que, además, casi no hay gente que te robe lo tuyo.
Gilipolleces, al final, o todos acaban teniendo a un compañero que les dice lo mismo o este compañero lo ha ido pregonando. Allí había al menos cincuenta personas. Cabrones…son como lumias. Pero bueno, el pollo ahumado estaba de puta de madre, aunque, claro, prefería la carne de ternera, que la gorda de la embarazada se trago casi sin masticar, y los musse de chocolate que el yogurt natural, y eso que estaba azucarado. De todas formas, no me merece la pena irme hasta tan lejos cuando al día siguiente me tengo que levantar a las siete de la mañana, ya que a las ocho como tarde tengo que estar sentado en mi despacho. He de encontrar otras alternativas. Al final llego roto a casa y no tengo cuerpo ni para hacerme un home cinema, ni para tanta bañera de hidromasaje, que solo uso como ducha, y encima el doble de incómoda que las normales.
Camino por el asfalto con las piernas largas. Soy como un compás movido por un niño, y todos caminamos así, con nuestras piernas que van y buscan… Piernas que vuelven de andar trece kilómetros, piernas grises que no necesitan gasolina, piernas, sobre todo, que se evitan. Por mucho que se haya extendido esta situación, priman las formas, y que tu jefe se cepille el último trozo de queso delante de algún empleado, o ver a tu hermano corriendo detrás de un camión de basura te compromete a ti y les avergüenza a ellos. Así que, aquí nadie sabe nada de las otras piernas que te acompañan, porque, de hecho, todas te molestan y por verlas caer, matarías.
Usamos pasamontañas. Es el negocio de los pasamontañas, que digo es la era del pasamontañas, como lo fue del burka o del velo. Y por las noches, las calles de Madrid a media de luz –plan de ahorro del Estado- son el escenario del mejor videojuego que se nos podría ocurrir.
Llevo enganchado al Fantasy City-Heavy tres años. Sólo en Madrid, participan más de tres millones de personas cada noche. El videojuego está tan integrado en la sociedad que cualquiera con quien te relaciones forma, de alguna manera, parte de la historia. Se trata de ser quien quieras, se trata de buscarse la vida solo, de liberar los instintos, se trata de vivir y de sobrevivir entre miles de personas que aspiran a lo mismo que tú.

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